Toda mi vida creí que cerrar ciclos era mi especialidad, ser una acróbata emocional me hacía sentir que “olvidarme” de todo y “dejar ir” era muy sencillo, me convencí de que vivía el desapego con una facilidad envidiable. 

Pasé mi vida huyendo de mis emociones, evitando la confrontación con mi parte más vulnerable, escapando de las verdades que no quería enfrentar porque sentirlas dolía muchísimo. 

Silencié mis emociones para siempre, lo mismo que hago con los grupos de WhatsApp. 

Cuando migré a Chile lo hice convencida de que necesitaba estar lejos de todo eso que me recordaba a una de las situaciones más difíciles de mi vida, pero cuando llegué me di cuenta que los mismos demonios me seguían atormentando. 

Mentiría si te digo que tardé poco en solucionarlo, negar mi realidad no lo hacía más fácil, renegar de mis emociones no borraba todo el dolor que me quemaba por dentro, ni eliminaron las culpas que empañaron el poco bienestar que lograba sentir.  

Un solo correo electrónico me quitaba la paz. Leer su nombre aceleraba mi corazón, me llevaba de regreso a nuestras noches más oscuras, mis demonios se sentaban en la mesa para amenazar con quitarme toda esa tranquilidad que lograba aparentar de manera tan cínica. 

Solo quería no volver a recordar nada de lo que pasó, no quise sentir, traté de evadir todo pero cada tanto los recuerdos volvían a atormentarme, recordándome que si no los enfrentaba, nunca me dejarían en paz. 

Ser la primera mujer divorciada de mi familia, más que un triunfo, fue un peso, ante la sociedad no te libras de una relación que ya no funciona o que te destruye, para todos los que están afuera sin vivir tu infierno solo eres una fracasada que, de seguro, hizo todo mal y por eso el matrimonio no funcionó. 

Yo también me creí fracasada en su momento, no solo por mi divorcio, sino por todas las veces que me fui de relaciones que no funcionaban, me cuestioné cada noche que huí, analicé qué tanta responsabilidad tenía en todas esas veces que amé pero que, aún sintiendo un amor hermoso, no tuve razones suficientes para quedarme. 

Tardé años en entrar a esa sala en la que se encontraba ese pasado inquisidor, sabía que iba a doler mucho y no quería sentir más de eso, pero si apostaba por mi tranquilidad, debía hacerlo. Vamos que vamos… 

El cierre que no se cierra 

Ahí estaba esa Eunice inocente, ilusa, ingenua, dolida; una Eu herida que resentía la cobardía, esa que dominó sus impulsos y no le permitió vivir ni siquiera un beso con el hombre que sin tocarla, la encendía. Ahí estaba yo, sin poder dejar atrás una relación que no era mi presente, pero sí un pasado que no dejaba ir. Entré con miedo, pero entré.

En sus salas, detrás de mí estaban todos esos amores que no fueron más que un recordatorio latente de que el amor no era para personas como yo.  En frente me esperaba mi ex esposo, justo a quien quería en el pasado, pero quien se mantenía en tiempo presente. Alrededor, en otras salas, estaba mi familia, la misma que con su actitud inquisidora lastimaba como puñales que se clavan en el costado de mi cuerpo. 

Esa Eunice tenía que enfrentarse a la relación que casi la destruye, porque su vida estaba destinada a otra cosa, no era una cobarde y tenía que asumirlo bien. Y aquí quiero detenerme, porque crecimos creyendo que valentía es ir a la guerra y pelear, dejar el cuerpo y el alma en batallas que solo nos destruyen. 

Pero valentía es también desnudar el alma, dejar ver las heridas, llorar hasta que sientas que necesitas mojarte en el mar para hidratarte. Valentía fue reconocer que en la poca vida que había vivido, el miedo siempre logró gobernarme, peor que había llegado el momento de hacer las paces con él y darle fin a una historia que acabó hace mucho. 

Sí, mi relación con mi ex esposo siempre fue una mierda, una casualidad que sucedió sólo porque otro me canceló una cita. Era mi destino encontrarlo, a pesar de todas las oscuridades a las que me tuve que enfrentar estando con él, fue quien me impulsó a ir por esta vida que merecía. Fue una relación de mierda que me regaló la oportunidad de construir la versión que quería de mí. 

En esa sala oscura hice las paces con él. La verdad nunca llegué a odiarlo, solo sentía rabia, pero más conmigo, que con él. Me odié por creerle, por dejarme manipular, por ceder a lo que no quería, por convencerme de que el problema fui yo; me odié por no amarlo como debía, por estar con él mientras quería olvidar a ese que con un mensaje me reparaba el mundo, el mismo que cuando me separé, logró salvarme con un abrazo. 

Ya no quería sentir su sombra en mi vida, acepté mi responsabilidad de todo lo que hice y dejé de hacer, merecíamos ser libres y si yo podía abrir nuestra jaula, ¿por qué no hacerlo? Solté la expectativa que mantenía de él, la esperanza de que algún día fuese la persona que me hizo creer que era. Liberándolo de nuestra historia, me liberé a mí. 

A mis amores del pasado, esos que se mantenían como sombras, los visité en sus salas y los abracé, les pedí perdón por nunca haber sido tan sincera, reconocí que sí los amé, pero quizás no lo suficiente como para que funcionara. Tal vez, necesitábamos algo más que amor, pero les aseguré que siempre serían importantes para mí y que cada vez que pudiese reconocer todo lo bonito que me dieron, lo haría. 

Con mi familia fue más difícil, habían muchas murallas, no todas las logré derribar en ese momento, porque esos resguardos también eran míos, pero habíamos avanzado en un punto y era lo más importante. Con los años fui visitándolos de uno en uno y logré reparar el lazo que nos unía. 

Cuando salí de la sala de mi exesposo me sentí liberada de un pasado que ya no me golpeaba, que no dolía, que no me perseguía en sueños. Ya no era mi pesadilla. 

Con el tiempo el recuerdo dejó de estar presente, ya no había canciones que me recordaran la desgracia vivida, no lo encontraba en ninguna película de terror, dejé de llamarlo Voldemort y pronuncié su nombre sin miedo. 

La mala noticia, -porque sí, la vida es así y cuando crees que ya, pues no- es que los ciclos son eso: CICLOS. Y al cabo de unos años, entré de nuevo en una relación no muy sana, porque no, no hubo tanto oscuridad pero él tenía algo que me hacía creer que era un nuevo Deja Vú amoroso. 

Según la Real Academia Española (RAE), la definición de este término responsable de tantos cortes de cabello, tatuajes, cambios de look, mudanzas, clavos que no sacan ningún clavo, es:

Período de tiempo que, acabado, se vuelve a contar de nuevo”

RAE

La Eunice que salió de aquella sala de su ex toda victoriosa, inocente, calmada, nunca imaginó que años más tarde volvería a enfrentarse a los mismos demonios, que estaría en la misma oscuridad, que tendría que volver a lo mismo. 

¡A LA MIERDA TODO!

Por definición, los ciclos no se cierran. Es decir, cuando llegan a su fase final, todo empieza de nuevo. No es una maldición, es lo que es, no más. Si traspolamos esto a nuestras relaciones y la forma en la que estás concluyen, podríamos decir que estamos predestinados a repetir los mismos patrones. 

Sí, lo sé, sé que piensas, ¿entonces siempre será lo mismo? En teoría, sí, pero la verdad es que no. Te explico mi punto de vista 👇🏻

En teoría hay un factor en el ciclo que es el mismo siempre, que sin importar lo externo, cumple unas etapas que se repiten, son cíclicas. Si este factor, que vendríamos siendo nosotros -en mi caso yo- no cambia, estará predestinado a repetir las etapas de la misma manera en cada ciclo. Quizás con algunas diferencias, pero en esencia, es siempre lo mismo. 

Ejemplo: 

Todas mis relaciones amorosas fueron con personas que eran “un buen partido” porque no los elegía por amor, sino por constructo social. Sí, en el camino los amaba, pero no era espontáneo. Con las dos personas que amé de manera “más real”, nunca tuve una relación, por el simple hecho de que no quise afectar la amistad, que obvio se terminó arruinando pero ese es otro cuento. 

Además, más allá de los problemas con mamá, tenían un conflicto heavy con sus papás y esto tiene un razón de por qué atraía a este tipo de personas que da para otro cuento. 

El punto es que, en todas esas relaciones había una Eunice que no hizo nada diferente, que mantenía las mismas murallas emocionales, que trataba de resolver el mismo problema sin cambiar la solución, que nunca enfrentó su historia generacional. Mi relaciones de amor, eran un ciclo, las historias se repitieron porque siempre fui la misma, solo cambiaba al actor, pero no su guión, el final no sería diferente.

Ahora bien, ¿qué sucede cuando ese factor que siempre se mantiene igual, cambia? 

El ciclo es otro. 

Ejemplo: 

Luego de ir a terapia psicológica, constelar mi dinámica familiar, mis relaciones, entender mi construcción astrológica, hacer biodescodificación, meditar, y un pocotón de cosas más, logré deconstruir la idea de Eunice que tenía. Es decir, me quedé desnuda con mi verdadero yo, reconocí mis traumas, dolores, temores, etc., fui a mis sitios más oscuros y descifré muchos de los porqués que me llevaban a esas relaciones fallidas y otros tantos que me revelaron las razones que no me permitieron arriesgarme por los que creí que eran más reales. 

Al cambiarme como factor central, todo mi ciclo cambió. En palabras de mi santa madre: cambia tú, y todas las piezas de tu alrededor buscarán su lugar. 

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Mi multiverso 

Después de muchas terapias descubrí el por qué siempre me relacionaba con un tipo de hombre, porque no se trata de saber lo que haces sino ir a la raíz de esa razón que te motiva a establecer ciertos vínculos. Hice consciencia, trabajé para sanar mis heridas, sanar las heridas de mis antepasados, resignifiqué esas experiencias para que dejaran de ser malas y se convirtieran en mis más grandes aprendizajes. 

Dolió muchísimo, pero esta vez cuando entré a la sala para cerrar el ciclo, no estaba mi ex esposo, ni el ogro, ni ninguno de los exes, ni mi familia, solo estaba Eunice y todas esas versiones de mi pasado que se mantenían atadas a ella.

Entré allí con tres veces más miedo del que sentí cuando fui a enfrentar mi divorcio. Estaba asustadísima, entré desnuda, sin ninguna capa, escudo, no había murallas, nada que pudiese protegerme de esa confrontación conmigo misma. 

La otra Eu estaba bastante calmada, es como si me hubiese estado esperando toda la vida para verme, su tranquilidad me daba paz, regulaba mi incertidumbre y logró hacer que me sentara dispuesta a conversar sin activar ningún mecanismo de defensa. 

Ella cedió la palabra a mi niña interior, esa pequeña Eu que creció en medio de una dinámica familiar bastante rara, nunca logró entender por qué mamá a veces tomaba un whisky en las rocas mientras escuchaba Rocío Durcal un martes a las 10:00 de la noche. Esa pequeña que se asustó con los gritos de peleas que nunca más desaparecieron, la misma que desde los 4 años comenzó a escribir historias en sus diarios, esas que la hacían soñar que de grande podría contarlas. 

Uffff, fue heavy ver a esa Eu niña, una que buscaba el amor y la protección de mamá, que si bien la tuvo, no fue quizás la forma más sana o esperaba. De igual forma este proceso me ha hecho comprender mi crianza desde una perspectiva 360, te juro que cambia todo cuando sacas a tus padres de esa casilla permanente que los mantiene atados a: lo hicieron todo mal. 

Admiré muchísimo a esa pequeña Eu porque logró sobrevivir a todos esos miedos, a las inseguridades que siempre le hablaron de cerquita, a un patrón familiar bastante cuestionable. Esa Eu es toda una heroína. 

La abracé fuerte. La abracé hasta que nos volvimos una y le conté que tenía razón en soñar grande, que estábamos cada vez más cerca de lograr que nuestras historias fuesen leídas por muchos, que seguimos sin creer en los príncipes rescatistas, pero que ahora creemos en aquellos que con un abrazo nos reparan la vida. Le conté también que cada día escribe mejor y que cuando le cuesta, enciende esa música de los 90’s que nos inspiraba. 

Sus ojos brillaban porque no creía que llegaríamos tan lejos. Le expliqué que aún nos falta camino, pero que está siendo muy divertido recorrerlo. Se emocionó muchísimo, ya no se veía tan triste, tampoco tenía tanto miedo, se sintió en paz. 

Luego me acerqué a la Eu adolescente que no entendía el mundo en el que vivía, que nunca se sintió parte de algo y a la que le costó mucho el tema del amor puberto. 

La Eu que sabía más de lo que debía para su edad, que se sobre exigió por ser la mejor y enorgullecer a mamá. La misma que se escapó de  casa porque no pudo lidiar con aquel 17/20 como nota final en Historia, pues se creyó toda una decepción y antes de que mamá se lo dijera, prefirió irse. Sí, huir era parte de mi ciclo. 

La Eu que se enamoró de su amigo a los 16 pero que lo bautizó como best friend porque era más fácil así, porque dolería menos si un día dejaba de estar, la que estaba frustrada por no demostrar sus verdaderos sentimientos.

Pobre Eu, le costó añooooos entender que no puedes escapar de tu destino, que tus decisiones son solo tu responsabilidad y que sí, a veces a echarse al mundo en contra por ir tras de ti para encontrarte. 

Abracé a esa Eu que se quedó sola y sin amigas, porque no quiso ser parte de una experiencia de la que arrepentiría toda su vida, la que enfrentó el bullying escolar, terminando la escuela y la que dejó de estar en la cima, para caer al fondo solo porque alguien más herida que ella, lo decidió así. 

A esta Eunice le conté que si bien no nos atrevimos con nuestro mejor amigo, vivimos cosas increíbles con él y casi, casi dejamos a nuestro esposo para escaparnos y vivir nuestra propia novela turca. Se sorprendió muchísimo, nunca se creyó capaz de decirle que sí, que lo amaba, que soñaba con recorrer el mundo a su lado y vivir todo eso que se prometían cuando se permitían soñar juntos. 

Le conté que no, que no íbamos a estudiar ni medicina, ni ingeniería, ni nada de eso, que al final escogimos periodismo porque tenía más que ver con escribir y que resultó super bien, que de hecho, nos va muy bien a nivel profesional aunque tampoco nos dediquemos al periodismo, pero que cada día estamos más cerca de escribir historias que llegarán a muchas personas. Se impresionó muchísimo y se emocionó cuando le confesé que al final, sí lo besamos, pero que nuestro destino, al menos hasta ahora, no coincidió más con el de él.

Luego fue el turno de la Eunice divorciada que era la misma que se había casado pero más culpable. A ella me tocó agradecerle su acto de valentía, porque es la razón por la que yo estaba ahí con todas ellas. 

No me creía, parecía mentira que un divorcio nos hubiese salvado y a la vez, regalado la oportunidad de ir por nuestros sueños. La abracé con todas mis fuerzas, celebré su temple, su coraje, su determinación, sus ganas de ser para ella y para sus hijos. Lloramos, pero de alegría, sabíamos que había dolido mucho, que tocamos fondos muy oscuros y que creíamos que no lo contaríamos, pero estábamos ahí, abrazándonos, era real, 

Después me tocó ver la versión de Eu que se enamoró de un ogro con el que no se atrevió a nada, más allá de unos besos erráticos. Esa Eunice estaba dolidísima, era el resumen de todas las anteriores con una frustración que no cabía en ella. 

Esa Eunice no entendía cómo el amor le causaba tanto dolor, por qué él, por qué se enamoró de la única persona que no quería algo con ella. Ufff, la entendía tanto, hasta hace nada ella, era yo. No sabía cómo explicarle que sentía su dolor, que estuve justo en su lugar, pero que todo lo que pasaba con el ogro, iba más allá él. De hecho, lo que sucedía no tenía nada que ver con él. 

La vi colocándose crema en las manos, estaba nerviosa, veía su celular como si estuviera esperando algún mensaje que la llenara de vida. Me vi ahí, siendo esa Eu que buscaba desesperadamente la protección del hombre que con solo abrazarla, le arropa el alma, te juro que entendí por qué lo amaba. 

Me acerqué de a poco, tomé mi celular y le mostré cómo la Eu de hoy puede hablarle con normalidad a ese ogro que amó. Tampoco me creía, para ella era imposible que su mundo no detuviera cuando él aparecía, el amor que sentía esa Eu por ese ogro fue único en su vida, ella se ancló a la idea de que él era especial y nadie podría abrazarla como el ogro lo hacía. 

Le expliqué que después de muchas terapias logramos entender que Eunice no podía amar a nadie más de lo que se amaba a sí misma, que nadie iba a venir a repararla, que el ogro era un ser maravilloso, que sí, es probable que sintiera algo por nosotras, pero que estaba bien si no lo hacía. 

Le mostré como todas nuestras heridas estaban sanando, incluso algunas ya estaban cerradas, el ogro ya no nos dolía, no nos robaba la paz, tampoco esperábamos su regreso. Comenzó a llorar porque nunca imaginó que el final final, sería así, sin él. 

La abracé y le dije que estaba bien no haberse atrevido, que dejara las culpas, que no era el momento y capaz no era la persona, que todo lo que pasó con el ogro fue justo lo que nos llevó a esta nueva Eunice que sí se ama profundamente, que trabaja cada día por sanar, que promueve un amor más consciente. 

Gracias al ogro pudimos despertar y darnos cuenta de que somos y debemos ser, nuestra persona favorita. Respiró profundamente y en una sola exhalación, soltó el dolor que la apagaba. 

¿Cerrando ciclos? ¡Qué heavy todo! 

Había una última Eu, la que me recibió con calma envidiable, la misma que estaba sentada en frente de todas, esa que se veía como una Eunice más vieja, más sabia, con una calma envidiable y una sonrisa que solo brindaba paz, en la que se resumía un mundo de amor. Ella no hablaba, no dijo nada, solo nos observó y al final se acercó a mí para decirme: 

Estoy orgullosa de ti, no sabes cuánto. Gracias a ti estoy convencida de que, en unos años, seré tu versión más real. Vive, Eu, vive con amor, con pasión, con entrega. Enamórate, no sientas miedo, no pienses qué pasa después del beso, ama, ama bonito así como tú, recibe ese amor de vuelta, permítete ser y verás que nos volveremos a encontrar. 

Y por favor, escríbenos, quizás alguien allá afuera esté necesitando de tu experiencia para también darse la oportunidad de vivir. Aquí comienza tu nuevo ciclo, nosotras estamos bien y siempre vamos a acompañarte, somos parte de ti, de tu historia, pero ahora es tu turno de crear la vida que todas merecemos.  

Sigue trabajando en ti, te juro que todo lo que llegará es hermoso. Confía. 

Me abrazó con una fuerza que me brindó paz. Me despedí de todas y salí de la sala lista para iniciar esa vida que me estaba esperando. 

Los ciclos no se cierran solos

Después de buscar respuestas, explicaciones, motivos, causales, razones para entender por qué, por qué yo, por qué a mí, por qué todo tenía que pasar así, entendí que todo estaba en mí. 

Luego de enfrentarme a esas personas que amé, esperando que me dieran alguna pista que me ayudara a estar mejor, a los que siempre responsabilicé por la realidad que yo había decidido tener, pude asumir mi historia, respetar mis procesos, reconocer mi valor, comprender que nadie puede darme lo que yo no soy capaz de recibir, que esta lucha era mía, de nadie más. 

Al final de todo, visité muchas salas, hablé con todos, reconocí mis errores sin sentir culpa, perdoné y me perdoné, los dejé allí con esa versión de Eunice que les tocó y me fui sin resentimientos. La última sala fue la mía y fue el lugar en donde encontré todas esas respuestas que estaba buscando. 

Quisiera decirte que no dolió, que fue sencillo enfrentarme a todas esas versiones de Eunice con pasados tan similares, con historias que se repetían una y otra vez. La verdad es que lloré muchísimo en el proceso, me ahogué, quise rendirme e irme por el camino fácil, quizás no estaba tan mal seguir así de errática, pero entre todas las personas que estaban en esas salas (exs, amigos, familia), a la única que escogí fue a mí y ya no hay vuelta atrás. 

Este es mi nuevo ciclo, no sé qué me depara, no sé si los que hoy me acompañan seguirán en el camino, tampoco tengo mucha claridad de nada pero de lo que sí estoy convencida es de que al fin me siento bien con la persona que soy y en la que me estoy convirtiendo, de que escribir es lo que más amo y que no seguiré guardando para mí todas las historias que tengo para contar. 

El proceso continúa, es de nunca acabar, no creo en los finales, sino en que somos un constante inicio. 

Veamos qué pasa con esta deconstrucción de una joven millenial que anda resignificando sus historias. Mientras lo descubro, sigo escribiendo.