Después de pasar un rato con las manos en mi cabeza, estacionada frente al documento el blanco de mi computador, decidí comenzar a escribir, pero es que me cuesta un poco organizar toda esta información sobre estar viviendo con mi ex.

Pudieras pensar que quizás es absurdo vivir con tu ex, que es solo una película, pero te sorprendería la cantidad de personas que se ven obligadas a vivir con ese que solo llena el otro lado de la cama. Dentro de esa estadística, estoy yo, la millennial que trata de encontrarle forma a su vida. 

A mí me tocó y te juro que no soy una serie de Netflix (aunque ya deberían contratarme). Esta vez no voy a contar el cómo comenzó, porque me llevaría tres capítulos de mi próximo libro, pero sí el cómo terminó de forma muy, muy, MUY, resumida. 

Agustín, mi ex, y yo siempre estuvimos mal, nunca fue una relación fácil, nunca abundaron las razones para construir algo, fuimos más bien dos almas que coincidieron en un momento caótico para hacerse compañía. 

Estábamos mal, él venía de una ruptura que lo dejó con cero fe en la humanidad y yo venía de terminar con el ogro de mis cuentos, completamente rota, con cientos de heridas ignoradas que me estaban haciendo mella. Ninguno de los dos estaba emocionalmente disponible, pero ambos decidimos autoengañarnos.

Obviamente íbamos a terminar mal, pero Agustín y yo apostamos por el concepto de familia que, para ser sinceros, tampoco ninguno de los dos quería. 

Puta que cuesta escribir esto, te juro que lo estoy intentando desde el 2021 cuando aún compartíamos la casa, pero me parece una realidad cruel la de estar viviendo con mi ex, con alguien con quien no quería ni ver.

Viviendo con mi ex: todo mal

En fin… 

En un punto de nuestra relación, después de hacer todo mal, decidí terminarla. Ya mi vida no daba para que jugáramos a algo que no éramos, nunca habíamos sido, no habían razones para creer que algún día seríamos. 

Estaba hastiada, cansada y con un rechazo rotundo hacia su existencia, pero había renunciado a mis sueños, había dejado clientes, estaba enferma y endeudada, mudarme era una realidad lejana, y quedarme también porque no quería seguir viviendo en ese departamento. No tuve más opción que elegir. 

Para noviembre de ese año ya había pasado por mi crisis de agosto, me habían diagnosticado resistencia a la insulina y me había reencontrado con Ignacio, el ogro, luego de cuatro años de contacto cero. Sí, me cuestioné la existencia entera.

Evidentemente iba a necesitar mi espacio para respirar y reencontrarme, no se tratab de sí amaba a Ignacio u odiaba a Agustín, sino de que necesitaba elegir a alguien, y ese alguien era yo. 

Por lo que irme simbolizaba un comenzar real de esa vida que siempre soñé para mí y mis hijos.

Y no, Agustín no hizo nada para que me quedara más que seguir prometiendo cambios que no iban a pasar y que, aún y cuando sucedieran, nunca serían suficientes porque él ya me había roto. O mejor dicho, porque él me recordaba esas heridas que seguían vivas y que yo había permitido que él lastimara. 

Porque al final sí puedes 🔥

Me fui antes de irme 

Eso que dicen de que “una mujer se va de una relación antes de marcharse” es lo más real de nuestra sabiduría popular. Me fui de la vida de Agustín todas las veces que traicionó nuestros acuerdos, todas las veces que no se esforzó. Me fui cuando decidió rendirse.

No me fui ese día que agarré mis maletas y salí del que fue nuestro departamento, sino todas esas veces que me rompió. Me fui cada noche que me quedé dormida llorando a su lado sin que él se diera cuenta de lo destruida que estaba.

No fue que no quise intentarlo, fue que él no me dio razones para hacerlo. Y consideremos que mi corazón ya venía con demasiadas heridas como para ser irresponsable y quedarme ¿a cuenta de qué? 

Lloré por meses a su lado mientras dormía, él nunca lo notó. Y es que así era Agustín, una presencia ausente que solo existía, que solo quería que me quedara porque era lo más real que tenía en su vida. 

Fue el peor año de mi existencia y te juro que mi vida parece una novela de Delia Fiallo, así que es mucho decir. 

Pensaba demasiado, no dormía nada, las crisis de pánico cada vez eran más frecuentes, era un suplicio, pero yo estaba aterrada, no quería volver a lidiar con los juicios, siempre soy la de carácter fuerte, la que no soporta, la que no se calla, la que devuelve el golpe en defensa propia. 

Nunca soy esa mujer a la que la gente no juzga… Me costó un poco comprender que nadie nunca es esa mujer porque nuestra sociedad tiene cero empatía y tolerancia con aquellas que se revelan ante el sistema. Mujeres como yo. 

Así que fui más inteligente y me la banqué mientras armaba un plan que me permitiera irme. 

🔥Comencé la terapia viviendo con él. 

🔥Le pedí que no durmiéramos juntos. Aceptó. 

🔥Inicié mi tratamiento. 

🔥Empecé a escribir el libro. 

🔥Busqué un mejor empleo. 

🔥Fui comprando de a poco todas las cosas fundamentales que necesitaría para irme. 

🔥Hice planes sin él, recuperé mi vida. 

Paréntesis, si quieres saber más de mi proceso, puedes leer: Cerrando ciclos: visita a mi multiverso 🔥

Al cabo de seis meses ya tenía el plan más o menos ordenado, solo debía esperar. 

Creo que Agustín creyó que yo nunca me iría, quizás creyó que solo necesitaba un break, pero no, lo que necesitaba era librarme de esa energía que me estancaba. 

Además, la rutina se volvió tensa, no nos hablábamos y siempre buscaba estar fuera de mi casa para no sentirlo cerca. Él trataba de hablarme pero era tarde, ya no éramos ni amigos solo mantenía la cordialidad porque Agustín es el papá de mis hijos, él único que reconocen como tal, al que aman con locura, pero es que seamos sincera, llega un momento en que tú de verdad no quieres odiar a tu ex, pero estar bajo el mismo techo lo hace difícil. 

¿Sabes como cuando sabes que tu jefe te odia, detestas tu trabajo, queda lejísimo de tu casa, no tiene beneficios y no respetan los días de pago? Bueno, era lo mismo pero es una relación. Vivir con mi ex es algo que no quiero repetir. 

7 número de la suerte

Al séptimo mes, luego de ver muchos departamentos, al fin concreté uno hermoso, con una vista preciosa y con el espacio perfecto para una familia de tres. Agustín me acompañó en el proceso de mudanza y estuvo con nosotros para que no fuese tan traumático para los niños. Ahí recordé por qué me arriesgué con él, lástima que ya era tarde. 

Esa noche que se marchó, al cerrar la puerta de mi nuevo hogar, lloré como si la vida se me estuviera acabando. Lloré como si no supiera que no iba a funcionar. Lloré como si existiera una esperanza para nosotros. Lloré por eso que soñamos ser y que nunca fuimos. 

Arrastré mi existencia hasta la habitación y me dormí en esa cama en la que ahora solo entraba yo, sin exs que me ignoraran al llorar. Y ahí, dormida sobre mi mar de lágrimas, en mis sueños comencé a tejer mi nueva vida. Con más consciencia, sin ganas de sacrificios por terceros, con la sola convicción de construir la vida que merecía, que quería y que era para mí. 

Es muy loco, porque liberarse del dolor también duele. A veces estamos tan acostumbrados al sufrimiento que creemos que no vamos a encontrarnos si lo dejamos atrás. Creo que por eso muchas veces volvemos con nuestros exs, porque sufrir es lo que sabemos hacer, no lo sé. Cuento de otro momento.

Pero si quieres saber más sobre cómo fue vivir con Agustín y enfrentar el duelo por él y por Ignacio, aquí está el libro donde lo cuento todo 👇🏻

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