Joder, cómo duele que te ghosteen, y no pienso discutirlo con nadie. Tardé mucho tiempo en escribir esto, y las razones son variadas, pero la primera que se me viene a la cabeza, desde el fondo de mi corazón, es porque me dolía mucho ir a visitar ese espacio que solía ser de él. Pero hoy ya puedo hablar de que el ghosting es cosa de millennials.

Para quien no ha leído sobre ese amor intenso, (in)finito y único -cada día me convenzo más sobre eso- del que he escrito hasta un libro, resumiré lo más que pueda esa historia: me enamoré de un ogro que nunca se convirtió en príncipe y que siempre eligió desaparecer sin decir nada más. 

(Casi) todo lo cuento en el Diario de una Millennial, la princesa y el ogro

Después de que viniera Ignacio -el ogro- y me hiciera amarlo como nunca me creí capaz de hacerlo, descubrí que él no había sido el único que tenía la “tierna” costumbre de desaparecer. Pues en mi corto historial amoroso existían otros tantos, tan millennial como Ignacio o yo, que en algún momento de mi línea de tiempo, también decidieron irse sin decir mucho más. Incluyéndome. 

Entonces me puse a investigar sobre el tema, porque hay que justificar ese periodismo que se estudió, ¿no? 

El que me conoce o me ha leído, sabrá que hace algunos años ya, tuve la revelación de hacia dónde iban mis letras, y es por eso que mi propósito está en descifrar a nuestra generación millennial, esta que muchos pueden calificar de cruel y fanática de lo descartable, pero también es la que está fungiendo como puente para poder lograr cambios en aquellos que nos relevan. 

Y tenía la tincada de que esto del ghosting es cosa de millennials, pero gracias a la ciencia, puedo decirlo con propiedad, y que no parezca el simple resentimiento de alguien que no superó el que la ghosteran. En resumen, no es que Ignacio sea un ogro, es que todos los millennials somos potenciales mamagüevos. 

Así que sí, hablemos del ghosteo y de los millennials 👇🏻


Para mí el mayor daño nos lo ha hecho la industria del entretenimiento, el cine y sus historias de amor en las que todo era posible en base a un sacrificio eterno. Y era lógico, veníamos de la posguerra, de una gente que se amaba y se vieron obligados a separarse por circunstancias superiores a ellos. 

¿Y los que no estábamos en guerra, qué? 

Bueno, tenían sus propias guerras internas, enfrentando los desafíos que, por ejemplo en latinoamérica, dejó la colonización. Indios con blancos. Blancos con negros. El amo cogiéndose a las esclavas, mientras la esposa se acostaba con el capataz. Una gente que migró al nuevo mundo en busca de un mejor futuro y dejó atrás historias de amor inconclusas. O huyendo de ellas. 

El verdadero arroz con mango. 

Eso sin mencionar que nadie hablaba de emociones, o al menos no las entendían como hoy podemos entenderlas. Básicamente porque no había información y no era prioridad. A lo mucho tendríamos a un Freud haciendo estudios y diciéndole a esa gente que todos podrían estar con todos, sin importar el sexo biológico. 

Entonces, llegamos nosotros, los hijos de aquellos que sobrevivieron a los matrimonios -o cruces- posguerra. Los hijos de las mamás que preferían “aguantar” por la familia (o el qué dirán), y de los esposos (papás) que normalizaron el “busco en la calle, lo que no me dan en la casa”. Una gente que podía sentarse en la mesa y no mediar palabra. Unas personas que juzga(ba)n de loco a aquel que se preocupa(ba) por su salud mental o, que en definitiva, pensaba diferente. Hijos de los hombres son machos y las mujeres sirven la mesa y abren las piernas.

Lo escribo y me da asco, pero es parte de una realidad que no podemos negar. 

Además, para los boomer, y hasta para los de la generación X, era mucho más justificable eso de desaparecer, considerando que no tenían un teléfono móvil pegado a su cuerpo, al cual pueden acceder en cualquier momento del día y que además, no adornan sus muñecas con relojes inteligentes que avisan de las notificaciones que te llegan a ese celular. Es decir, si te mudabas y no dejabas un mapa, sería un poco difícil encontrarte. 

En cambio nosotros no, nosotros los millennials nacimos abrazados a la tecnología comunicativa que mantiene a un planeta entero híper conectado. 

(Y sí, el primer celular data de 1973, pero ahí no fue accesible ni asequible para casi nadie, sino después de los 90’s, rayando en los 2000’s, cuando todo el mundo ya tenía un móvil pegado a la cintura. De ahí, que sea algo de millennials y no de Xs).

Entendiendo este contexto, hablemos de ghosting… 💔

Entiéndase por ghosting la acción de desaparecer de la noche a la mañana, de la vida de una persona sin dar explicaciones. 

La verdad es que el término no existe en español, según la Real Academia Española (RAE), pero en Venezuela se habla de ghosting desde que tengo uso de razón. Siempre que alguien desaparecía sin decir nada, o dejaba de responder, una voz medio tuki* se escuchaba en el fondo: es que te fantasmearon. 

Que sí, que fantasmeo sería una traducción exacta del ghosting. 

Imagen de Pinterest.com

Yo nunca he sido adicta al celular, soy acuariana y mi necesidad de defender mi espacio ha sido mi trinchera aún en esta era de hiperconectividad, pero cuando alguien me importa respondo, aunque sea tarde. O ahora que existe Instagram, voy dejando saber en mis post o historias que ando en mi “no estoy disponible era”. Porque acordemos que estar siempre en redes sociales es nocivo para la salud y tener un break de la perfección de estas, es sano.

Con Ignacio me pasó que siempre estaba hablando con él. Nos contábamos nuestro día a día y aunque no nos conocimos a través de una app de citas ni nada por el estilo, la dinámica diaria de ambos favorecía que siempre estuviésemos hablando por teléfono cuando no estábamos juntos. 

Esto lo conté en el libro, ahí vas a encontrar el contexto completo, pero la primera vez que quiso desaparecer -o fantasmearme– fue cuando nos comenzamos a acercar más y nuestros amigos preguntaban “¿qué onda ustedes?”. Esa primera vez lo enfrenté al toque, aún y cuando su mejor amiga -y la mía- me dijo que no lo hiciera, que le diera “su espacio”. 

¿Espacio? Hermanx, si usted quiere espacio, no siembre plantas en mi jardín para luego estar dejándolas a la buena de Dios. Si usted quiere espacio, usted habla de frente, con amabilidad, pero con la sinceridad suficiente para que la otra persona no se quede (sobre)pensando “¿qué fue lo que hice mal?”. 

Cinco años después de eso sigo esperando que me diga algo, que responda mis por qué y que sinceramente me permita dejar de creer que el problema de todo fui yo. El tatuarme, haberme cortado y teñido el cabello y perforar la nariz, no me ha ayudado a cerrar el ciclo. Necesito su explicación, su por qué creyó que no éramos perfectos el uno para el otro. 

Diario de una Millennial, la princesa y el ogro (2023).

Esa vez no me dejó en visto (de nuevo), me respondió que estaba en sus cosas y lo mandé a mamar 3 caravanas de güevos por su mamagüevismo y falta de humanidad. Hoy le llaman irresponsable emocional. Para mí siempre será: carencia de humanidad. 

Y bueno, por qué la gente ghostea 

Sería muy fácil para mí resumir la acción de Ignacio en: porque es un mamagüevo. Pero sería bien irresponsable si lo hiciera. La verdad es que en muchas partes del mundo existe la preocupación por este fenómeno que cada día se hace más popular. Existen estudios psicológicos y sociológicos que han tratado de responder lo mismo que te has preguntado todas las noches los últimos seis meses: ¿Por qué lo hizo? 

Según una investigación realizada por la Universidad de Georgia, Gili Freedman, líder del estudio, afirma que hay varias razones según los participantes. Entre ellas carecer de “habilidades comunicativas para tener una conversación honesta”, ya fuera cara a cara, por mensajes o por email. Esto se debe a que el tener que dar la cara le genera “ansiedad social” al que ghostea.

Ah bueno, es que el que se queda esperando a que esas palomitas azules dejen ser ese un puñal frío que ahora es residente permanente de su hora semanal de terapia, no sufre de ansiedad. 

“Por otro lado, algunos participantes aseguraron que preferían desaparecer porque creían que un encuentro físico podría llevar la relación sexual y emocional ‘al siguiente nivel’, y ellos no estaban interesados”. (Esto en base a que se conocieron a través de una app o red social). 

Gili Freedman

Yo he tratado de entender a Ignacio, te juro que nunca he querido señalar que lo que hizo estaba mal, fue su forma y está bien, pero como mente lógica que soy, necesito explicar por qué. Es ahí cuando mi espiritualidad debate con mi naturaleza. 

Podría decirte que tiene que ver con su infancia y alguna herida de esa época. Rechazo, abandono, pueden ser mis favoritas, quizás le generaron traumas y huellas que lo imposibilitan a ser un humano con responsabilidad afectiva. Existen muchas causas que responden a este comportamiento. 

Respuesta anónima de una encuesta realizada en mi Instagram @tiponiceee

Acordemos que somos una generación rota, esta que está llena de traumas y heridas que nos hacen pagar $55 USD semanales (a los que tienen suerte) a un profesional de la salud mental para sobrevivir a la ansiedad, las crisis de pánico, las fobias, trastornos, y el sinfín de weas que tenemos los millennials. 

Y es ahí lo que hace la diferencia entre unos millennials y otros, entre el que ghotea y el ghosteado. Entre la responsabilidad y la irresponsabilidad afectiva: el hacerse cargo. 

Porque ajá, podría hablar también de los tipos de apegos y darle toda la vuelta psicológica, pero vamos a ir desmenuzando nuestros comportamientos de a poco. 

Si he tratado de entender a Ignacio es porque yo también he dejado de responder alguna vez. 

Por ejemplo, hace un poco más de un año empecé hablar con mi crush de toda la vida, un carajo mayor que yo (no tanto como para ser mi hermano mayor, pero lo suficiente como para parecerme interesante). Él se estaba divorciando y yo andaba en mi “libre soy era”. El punto es que comenzamos a hablar a partir de mis post de Instagram, ya que él se sentía identificado con mi duelo y perspectiva de vida. 

Una cosa llevó a la otra e iniciamos una dinámica divertida, pero a distancia. Él vive en otro país. La idea era viajar y encontrarnos, pero no coincidimos en tiempos. Él sabía de mi soltería y yo de la de él, no le hacíamos daño a nadie, hasta que un día me contó que otra caraja con la que salía le exigió exclusividad y él sentía que no la podía entregar. 

Yo me helé, porque no sabía de ese contexto, si bien no teníamos nada formal, olvidó aclarar la libertad de sus paradigmas. Cada vez fuimos hablando menos, él viajaba y los husos horarios eran diferentes. Un día ya no estuve más, él tampoco. 

A los meses viajé al país en el que vive, viaje que probablemente hubiese hecho para verlo, pero había más gente en la fila y no soy tan paciente. Me dejó un DM en mi instagram: “Menos mal que eres tú que habla de los casi algo”, o algo así. Lo borró, no le pude responder, en ese momento me pasaron muchas cosas y me desconecté de todo el mundo para quedarme abrazada en el calor de mi familia. 

Cuando pude y me sentí bien, le envié un mensaje a su WhatsApp. Larguísimo, le expliqué todo y me disculpé. Lo hice con todas las personas que me habían escrito en esa misma época y no les pude responder. Nunca más hablé con él, no me respondió y no me sentí mal por ello, sé que me leyó porque le dio like a mi mensaje. Fue su forma de hacerme saber que no quería hablar más. Ya en el tarot me habían advertido de sus actitudes. 

Pero bueno, yo crecí en una familia en la que era mejor callar e ignorar los hechos, por más que estos dolieran, por más que la verdad la tuvieses ahí, siempre decidimos no verla. Éramos cero conflictos hasta que el conflicto nos explotaba en la cara. Repliqué eso hasta hace unos tres años, cuando decidí hacerme cargo de mi vida y aquí voy, curando heridas que no provoqué, pero que ajá, evitar el conflicto no las hace desaparecer. Que te lo digo yo, que aumento de peso a punta de evitadera. 

Yo creo que las razones varían  dependiendo del nivel emocional, el contexto y el interés de cada persona. Fíjate que, por ejemplo, una investigación sobre ghosting de Elisabeth Timmermans de la Universidad de Rotterdam, sobre las razones de ghostear, explica que pueden existir diferentes justificaciones: 

  • 67% de los entrevistados que afirman haber hecho ghosting culpan a la persona ghosteada 
  • 44% se culpan a sí mismos
  • 29% culpa a la app
  • 22% dice no tener obligación de contestar 

Dicho de este modo, podríamos pensar que el fantasmeo es solo el resultado de una mezcla de la ausencia de humanidad. 1) No cumples mis expectativas y en mi superioridad creo que no mereces una explicación; 2) No me interesas para continuar fortaleciendo el vínculo, por lo que decido no responder; 3) Las herramientas comunicativas digitales me hacen la pega de ignorarte ¡ultra fácil! 

En el caso de Ignacio…

Ponte tú que a Ignacio su papá lo abandonó de bebé, que su mamá al ser madre soltera no estuviese ahí para él. Ponte tú que nadie se detuvo a explicarle a este niño indefenso que no era que no merecía ser amado y que tampoco se trataba de que algo andaba mal con él, que no debía crecer con miedo a relacionarse porque no todo el mundo lo abandonará. Ponte tú que también le tuviese miedo al conflicto porque eso significa quedarse solo y sentirse mal. Ponte tú que además haya tenido que lidiar con rechazos sociales por su origen o su estatus familiar, bueno, porque así es la sociedad. 

Ponte tú. 

Pero hoy día, cuando existe un acceso incontrolable a la información, cuando tenemos diferentes medios para poder acceder a diversas herramientas que benefician nuestra salud mental y reparar eso que no rompimos y que nos impide vivir la felicidad que merecemos, cuando tenemos todo ahí para no ser un mamagüevo, no puedes justificar serlo a menos que quieras serlo. 

¿Puedes creer que, según una encuesta realizada por la app de citas Bumble, el 69% de sus usuarios pertenecientes a la GenZ, afirmaron que el ghosting es una práctica inapropiada? En cambio los millennials: 

  • 60% no tenía ningún inconveniente en disolver unilateralmente una conexión sin dar explicaciones si no había química en el primer encuentro. 
  • 38% creía que era “un fenómeno normal”.
  • 20% pensaba lo mismo que la GenZ. 

Otro estudio de 2018 de la Universidad canadiense de Western Ontario, un 72% de las personas encuestadas había sufrido del fantasmeo y un 64,5% lo había realizado.

El que me ghosteó bien tranquilo con sus amigxs. Imagen de Pinterest.

Y si lo llevo solo al rango de los hombres, entra la variable tan detestada por muchxs: el machismo. (Aunque yo creo que el ser mala persona no es cuestión de género).

¿Alguna vez has escuchado: trátalas mal que así les gusta? 🙄Te juro que hay granjeros más amables con sus rebaños. 

En fin, esta consciencia masculina es algo colectivo, es algo de hombres que, nos guste o no, parecieran llevar en la sangre. Pero, si es así, ¿por qué hay hombres diferentes? Bueno, porque esos se deconstruyen. Esos hombres deciden hacerse cargo de aquello que no rompieron, pero que tienen que reparar para poder vivir mejor. (No entraré en el tema de la reencarnación, pero el que me conoce sabe que le hago guiño a eso)

Yo vivo con uno, por ejemplo. No es que él no fuese machista, solo que hizo, y hace, la pega de ser un humano decente. 

Ausencia de habilidades sociales, sería el resumen. Habrá uno que otro narcisista, pero me inclino más por el hecho de ser parte de la generación de lo descartable, de “lo boto a la basura porque puedo renovarlo”. 

Eso me lleva al dato más freak que no quiero dejar pasar por eso de la equidad, porque sí, en algún momento creí que era una cosa más de género, pero fíjate que las mujeres somos una verdadera caja de pandoras, porque en las estadísticas las reinas del fantasmeo somos nosotras y no ellos. Si bien la diferencia no es abismal entre un género y otro, siempre quedamos por encima de los hombres. 

Yo diría que, “prefiero hacerlo antes de que me lo hagan”, no lo sé. Lo que sí sé es que mi teoría de que el ghosteo es cosa de millennials, toma cada vez más fuerza. 

Encuesta realizada en mi Instagram @tiponiceee. Muestra de 200 personas, 98% mujeres.

Ejemplo, un estudio realizado por Bumble España revela que el 43% de las mujeres suele ghostear más versus el 42% de los hombres de la app.

Somos los que ahora conectan a través de app de citas o redes sociales, en donde es fácil borrar o eliminar contactos sin más. No es que es complejo, es que nos importa poco, no comprendemos el daño que hacemos del otro lado, en donde queda una persona pensando “¿qué fue lo que hice mal?”. 

Podemos cambiar de usuario, tener privados los perfiles, clavar el visto y ya. Y mira que es bueno cuando quieres resguardarte, cuando lo haces porque debes protegerte, pero no es lo correcto cuando tienes una relación afectiva con otra persona. 

Y aquí es cuando llegamos al ghosteo de amigos

Ya hablaremos del despecho por los amigos, pero ahora centrémonos en, ¿qué pasa cuando el que me clava el visto y desaparece es mi amigx? 

Resulta que mientras los investigadores de la Universidad de Georgia se concentraban en las relaciones amorosas, los participantes del estudio expresaron espontáneamente que esto también se da en ámbitos de amistad e incluso en el laboral (sabemos que los reclutadores son millennials o mamagüevos jaja). 

No te imaginas las noches que pasé llorando y regalándole mi desvelo a Ignacio. Quería entender qué había pasado, qué había hecho mal, si el problema era yo. Necesitaba algo en concreto, algo más que pensar que no fuera que solo era una mala persona. 

Mis amigos siempre se inclinaron a que es un “mariquito”*, pero seguía sintiendo que yo tenía algo que ver con su desaparición tan abrupta. Pensé eso hasta que me enteré que no era solo conmigo, sino con cualquier persona que ya le empezara incomodar. 

(Hablaré de incomodar porque no quiero hablar de afecto). 

Se lo hacía a sus amigos, a sus familiares, a todos. Yo nunca fui la excepción, siempre fui parte de la norma, solo que no lo sabía, o no quería verlo. 

Ojalá no sea reclutador y deje a los candidatos esperando un estatus del proceso, porque sería un chiste la vida. 

Y bueno, ¿quién sufre? 

Aquí sufrimos todos, desde que nacemos. De ahí que algunas culturas celebren la muerte, mi amor, porque ahí es cuando comienza lo bueno. 

Duele ser ignorado, duele el rechazo, duele ver el visto ahí mientras sabes que la persona está en línea o acaba de subir una historia. Duele que te ghosteen porque sabes que te están viendo y están decidiendo ignorarte. En esta época de hipervisibilidad, que no te vean es difícil de creer, por eso duele. 

La doctora Leckfor, comenta que “es fácil escribir o llamar a un amigo, o a una pareja romántica, no importa lo lejos que esté. Somos tan accesibles y es tan fácil dar con nosotros que, cuando alguien decide desaparecer, es desgarrador. La mayoría de las personas lleva el teléfono encima todo el tiempo, cuando alguien sufre ghosting, le es muy fácil imaginar cómo del otro lado alguien ve sus mensajes y los ignora deliberadamente”.

Y sí. 

Ignacio se fue muchas veces. Yo también me fui algunas otras, no de su vida, sino de la vida de otros que como yo, esperaban que les dijeran que no les daba nota seguir hablando y que lo mejor era cortar por lo sano, deseando que encontrara un nuevo vínculo que sí disfrutara de su compañía. 


Respuesta anónima de una encuesta realizada en mi Instagram @tiponiceee

Ignacio ha sido nuestro espejo. Ignacio es la insignia de nuestra generación, esa que transformó el estado del amor, lo pasó de sólido a líquido porque es más fácil, es menos comprometido, es más ghosteable. Ignacio es el reflejo de lo que hacemos cuando preferimos evitar conflictos, pero no pensamos en la consecuencias del otro porque somos egoístas.

Ignacio dejó un espacio vacío y no declaró su renuncia, solo dejó de venir. Es como cuando la gente se muere, solo que sé que sigue vivo, viviendo a 2 kilómetros de mí, siendo amigo de mis amigos, yendo a los mismos conciertos que yo, siendo el mismo ogro de siempre. Eso es lo que duele, que uno sabe que siguen vivos. Cobardemente vivos. 

¿Moraleja? Dejemos de ser unos cabrones que le tienen miedo a la confrontación. Aprendamos a hablar de frente y que esto no signifique conflictos, sino amabilidad. 

No es que no me quieras, o no quiera hablar conmigo. Es que no me lo dijiste, solo te fuiste. Y joder, cómo duele que te ghosteen. 

*Tuki: tribu urbana parida en los sectores populares principalmente de la capital, de ha poco su etimología se fue asociando a la cosmogonía de los malandros (modo local con el que se denomina al delincuente).

*Mariquito: adjetivo calificativo utilizado dentro del lenguaje coloquial venezolano para hacer referencia a personas miedosas.

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