Empezar de nuevo puede costar más que empezar de cero aunque nos hagan creer que es más fácil. He querido escribir, reaparecer con mis cuentos desde hace mucho tiempo, tuve varios intentos, pseudos buenos -según mi criterio de literata sabática- pero no había podido lograr esa inspiración que me llevara a crear algo de lo que me sintiera orgullosa. ¿Bloqueo creativo? Puede ser. ¿Cansancio? Sin duda. ¿Había muerto mi pasión? No, pero si estaba en modo “no molestar”. Los últimos golpes de la vida me habían dejado incapacitada con reposo creativo indefinido.

Todos los días somos víctimas de los bombardeos motivacionales que buscan convencernos de que podemos lograr todo lo que querramos en la vida, solo si nos lo proponemos. Bullshit! Es imposible que todos logremos las mismas cosas, en los mismos tiempos, si ni siquiera deseamos lo mismo. De hecho, muchos no saben qué es lo que desean, solo fluyen con las masas porque eso es más fácil -y económico- que el cuestionamiento interno. Me pasó hace unos años, me dejé llevar, fluí con la vida, viví en automático y me costó media existencia. Aún pago por los daños.

Nunca me he creído una persona con falta de motivación, soy mamá soltera de dos personas que aún se pasan a mi cama a media noche cuando tienen miedo, motivación creo que tengo para regalar, pero a veces necesitas más que un motivo para levantarte cada mañana y darlo todo. En mi caso necesitaba vitamina D, porque no tomo sol y tenía un déficit severo que me provocaba ganas de no hacer nada, a eso súmale el tremendo despecho que decidí vivir el mismo año que la vida tenía programada una serie de eventos “fortuitos” que me harían sentir un poco más ¿miserable? No fue falta de motivación, ni de razones, tampoco quiero hablar desde la ingratitud porque la vida, mal que bien, ha sido buena conmigo, ella no tiene porqué cargar con mis malas decisiones; solo se me juntó todo y en un momento sentí que simplemente NO PODÍA MÁS. 

Escribir durante este proceso, en vivo y directo, fue imposible. Bueno, si hablamos de escribir, sí, lo hice -tengo mis notas llenas-, pero publicar no, ¿por qué? Eran emociones vomitadas, mi propio corazón desgarrado y un dolor paralizante que solo mojaban mis letras de manera involuntaria. No dejó de ser de pasión, no me cuestioné mis dones, ni creí haberme equivocado de carrera con la excusa de reinventarme, tampoco fue la crisis de los treintas, solo estaba MUY despechada, muy rota y con cero ganas de amar, y eso me incluía a mí. Bajo estas condiciones no me creía capaz de nada. 

A mediados del 2021 me encontré llorando frente a un espejo recién comprado, un espejo que reflejaba mis heridas, mis miedos más grandes y ese dolor que tenía guardado por creer que así todo sería más fácil. No me reconocí y eso terminó de quebrarme por completo, ¿quién se supone que era?, ¿qué rayos estaba haciendo con mi vida? Si la única meta de existir es ser feliz, ¿por qué me sentía cada vez más triste?

Fue difícil enfrentarme a mi oscuridad tan de cerca, la última vez que lidié con ella estaba inmersa en una relación que casi me destruye. Mis demonios invadieron mi mente de manera silente y yo les di hospedaje gratis y sin fecha de salida. Los últimos 5 años preferí callar mi dolor y darle fuerza al orgullo, el mismo que resguardaba mis murallas para evitar pensar en lo que no fue. 

En mi vida nunca hubo espacio para hablar de mis emociones sin que fueran invalidadas en su mayoría, vengo de una familia híper conservadora en la cual los sentimientos ya estaban escritos, el deber ser fue predeterminado por no sé quién para hacerme “una mujer de bien” antes de que yo pudiese decidir la mujer que quería ser. Pasé muchos años tratando de construir esa versión, pero mientras más lo intentaba, más me dolía porque resulta que la caja en la que se supone que debía encajar, no era del tamaño de mis sueños. 

Cada vez que pensé solo en mí y en lo que quería, mi entorno se alebrestaba por el “qué dirán”, porque mis formas fueron un poco más revolucionarias para ese entonces, creo que aún lo siguen siendo, la diferencia es que me cansé de “fluir” para ser parte de una sociedad que ni siquiera se pone de acuerdo. 

Ese cúmulo de todo y nada me hizo estallar  

En mis 20’s viví una vida entera comprimida en un década; una vida en la que huí del verdadero amor y de los de mentira, me casé, tuve dos hijos y me divorcié en un rango de dos años. Me fui del país, sí huyendo de ese amor oscuro y turbio que casi acaba conmigo, o mejor dicho, con nosotros. Me fui lo más lejos que pude, convencida de que era lo mejor para los tres y lo ha sido, es la decisión más acertada de esa época. Me fui para no saber del amor y me encontré perdidamente enamorada de un hombre al que nunca pude decirle de frente que lo amaba, que sus abrazos son mi refugio, que sus ojos iluminan pueblos enteros, que es perfecto para mí. Me fui porque quería huir de mí. 

No dije nada de nuevo, me callé todo. Él se fue, yo también desaparecí. No hubo despedidas, todo terminó en un abrazo sin saber que sería el último, eso me dolió mucho, porque nunca pensé que él dejaría de estar en mi vida. Guardé todo eso que sentí que no fue un dolor cualquiera, no, fue la literalidad de cuando te dicen que el corazón se rompe -punzante, paralizante, agobiante-, bajo llave, sin acceso, sin posibilidad de volver abrir esa caja de pandora. Pero como el universo no te da lo que quieres, sino lo que necesitas, ahí estaba yo, parada frente a un espejo, viendo un reflejo que no reconocí, llorando como si la vida se me escapara por la ventana, verbalizando un “te extraño” absurdo, a destiempo, sin remitente disponible, llorando como si él pudiera venir a abrazarme, llorando como si no hubiesen pasado cinco años. 

Haz catarsis leyendo Mujer de treinta en plena crisis millennial

Evidentemente no iba a escribir ni media palabra partida por la mitad porque yo estaba ahogada con emociones contenidas, presas porque no tenía que sentirlas, porque enamorarme de él no era algo permitido, no estaba en la plannig de mi vida, el divorcio a los 25 años había copado la cuota de improvisación de por lo menos unos 30 años. No podía escribir sin sentir que lo extrañaba, sin estar consciente de que más nunca me leería, sin saber que pude haberlo hecho diferente pero que preferí ser una cobarde antes que un corazón valiente. ¿Lo peor? Me levanté para secarme las lágrimas y volver a una realidad en la que vivía con alguien con quien no era feliz. No, no podía escribir así, no podía porque no sabía cómo arrancar este dolor, porque nada podía cambiar que hace cinco años fui la mujer más feliz del mundo y nunca me enteré, hasta que se fue. 

Me costó un poco volver aquí, empezar “de nuevo” y no hablo solo de escribir, sino  de descubrir quién soy para poder escribir de verdad. Pasé una vida soñando con ser una escritora publicada, reconocida por inventar historias, celebrando el ingenio de mi ficción, ¿para qué? Me cuestioné, me cuestioné mucho. ¿Para qué invento historias si mi propia vida parece haberse inspirado en una de las tantas comedias románticas de Hollywood sin final feliz? 

Aproveché este break motivado por mi quiebre existencial para determinar qué es lo que realmente quiero hacer AHORA, no mañana, ni en veinte años, sino HOY. Porque sí, también tenemos que lidiar con las proyecciones a largo plazo que le suman estrés a tu vida si es que tu no te preocupas por respaldar tu retiro. Insisto, estamos bombardeados de cómo ser perfectos. En fin, todo este tiempo, además de reparar(me) tanto por dentro como por fuera, lo aproveché para saber qué es lo que quiero escribir, porque obvio quiero escribir. 

Pero Eu, ¿de qué quieres escribir? De maternidad no, es evidente, Mamá Sin Dramas fue un espacio que me permitió ese desahogo necesario que tuve cuando me enfrenté a esto de ser mamá de dos pequeños, estando sola y en otro país. Fue un espacio que me hizo conectar con muchas personas y que me dejó hablar sin tabúes. Pero después de haberme enamorado sin saber que estaba enamorada, me vi obligada a escribir del amor y te juro fue la primera vez que me sentí tan conectada con una historia. Porque sí, antes había vivido amores lindos pero este no lo supe descifrar, era un amor tan real que parecía de mentira, así que dudé, preferí inventar a una princesa regia, valiente, fuerte, decidida, que apostaba por un mundo mejor lleno de amor y a un ogro obstinado, renuente, enfrascado, convencido de que el amor no es lo que importa, antes que asumir que me pasaban cosas, ¡y vaya qué cosas!

La Princesa y El Ogro fue una parte de mi vida, ellos me inspiraron a escribir sobre el amor, a relatar una realidad de dos jóvenes millennials que no sabían lidiar con esa emoción inexplicable que, según el mundo pasa, una sola vez, dos personas que no querían sentir eso que sentían y preferían apostar por una amistad de mentira. De manera bien empírica creé el cuento, sin muchas normas literarias, era más mi emoción no canalizada expuesta en un documento en blanco, el cual, estúpidamente, compartí en Internet. 

Después de ese adiós no programado, intenté cerrar el cuento, pero la verdad es que, en la vida real, nunca hay un final, la vida siempre sigue, aunque estés rota, aunque él se haya ido, aunque él ya no sea tu mensaje de buenos días, aunque guardes ese amor en una caja y decidas creer que ya todo fue. La vida no tiene final, no termina aunque mueras, porque sigues viviendo en aquellos que te recuerden. Por él la Princesa vivía, por eso yo no escribía, porque me obligué a concluir algo que no tenía fin, que no aceptaba que había sido, porque preferí engañarme con amores vencidos antes que ser valiente y decirle la verdad a pesar de que ya no importara si lo amaba o no.  Hoy entiendo que nunca fue por él, siempre fue por mí. 

Tardé mucho en darme cuenta, pero heme aquí, con menos vergüenza y un poco más sincera de lo que ya he sido antes. Quiero escribir, quiero contar historias, las mías y las de todos, quiero poder abrazarme y ser mi propio refugio, quiero ser mi luz que ilumina pueblos enteros, quiero ser una sonrisa que brilla en la noche, quiero amarme más de lo que lo amé, quiero escribir(nos) porque sí, porque fue bonito, porque lo prometí, porque el amor tiene que vivirse y escribirse para ser recordado. Quiero escribir porque es mi don, porque soy buena, porque ¡AMO ESCRIBIR! 

Y aunque el mundo hoy sea de vídeos cortos e historias graciosas, decido apostar por esto que amo, por mis letras que te mueven, porque en mis historias te reconoces, porque siento que aún nos queda mucho qué decir. Quiero escribir por mí, por él, por ti, por todos. Quiero escribir porque sí y punto. 

No ha sido fácil. Mi corazón aún no está completamente recuperado, pero ahí vamos, al menos agradecemos cada amanecer y ya no lloramos escuchando a Morat (al menos no siempre). Estoy empezando de nuevo, también estoy empezando de cero. Que tenga experiencia no lo hace más sencillo, pero hoy decido creer en mí. Escribir por mí. Todo lo que venga después ya lo veremos, lo bonito me lo quedo y lo malo, mmm, lo malo lo canalizaremos. Callarnos, nunca más. 

Que si estallo sea de risa, que si muero sea de amor, que si vivo sea por mí, que si lloro no sea por vos. Es mi propia pinky promise. 

Todo lo que pase desde ahora, te lo iré contando, con algo de humor y un poco de lágrimas, porque no creas que no he llorado océanos enteros, pero hoy me siento con la fuerza para hacerlo y poder aprender juntas y juntos de todos mis intentos de amores rebeldes, caóticos, prohibidos y mal vividos, mientras llegue ese amor dulce y bonito que me haga contar otras historias, por ahora, como dice la canción, “esto es lo que hay”. 

Si has amado este es el lugar correcto. Si te han roto el corazón también es tu lugar. Sin juicios y con perspectivas, solo busco cuestionar(nos) y ver cómo sanar para lograr vivir felices y amados. ¿Te sumas? 

¿Eso es un sí? Entonces, brindo por ti y por mí, por los nuevos inicios, porque aunque los pies duelan, seguimos recorriendo este camino. ¡Salud! 

Pd. Mientras descubro qué hacer con todo este amor sin remitente, voy escribiendo.